"Darle un cuerpo y una forma perfecta a un pensamiento, ésto y sólo ésto es ser un artista"

                                 -Jacques Louis David-

¿Sabías que un diálogo aparentemente intrascendente de la famosa novela ‘Los Puentes de Madison’ oculta una de las más feroces críticas que se han hecho a la fotografía comercial?

Francesca está sola, su familia pasará unos días en una feria agrícola, y decide invitar a Robert a cenar. Ambos están en la cocina, charlando y preparando algo de comer.
La conversación entre los dos personajes podría ser banal o intrascendente, la típica entre dos personas que acaban de conocerse. O podría ser el momento, magias del cine romántico, para una súbito y arrebatador momento de pasión; y más teniendo en cuenta que el libro (y la película del mismo título) cuentan una intensa historia de amor que transcurre en apenas cuatro días. Pero no, no sucede ni una cosa ni la otra. Lo que sucede es que el libro nos regala, por boca de Robert Kincaid, un magnífico monólogo sobre lo que es la fotografía, sus secretos y los peligros del mercado artístico y editorial.

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Fotograma de la película ‘Los Puentes de Madison’

Francesca pelaba patatas pensando en Italia y sintiendo la presencia de Robert Kincaid.
Las nubes se habían acumulado en el oeste dividiendo el sol en rayos que se extendían en varias direcciones. Robert miró por la ventana que estaba encima del fregadero y dijo:
– La luz de Dios. A las fábricas de calendarios les encanta. Y a las revistas religiosas.
– Tu trabajo parece interesante – dijo Francesca. Sentía la necesidad de mantener la conversación en un terreno neutro.
– Lo es. Me gusta muchísimo. Me gusta el camino y me gusta hacer fotos.
Ella advirtió que decía “hacer” fotos.
– ¿Tú “haces” fotos, no las “sacas”?
– Así es. Al menos así es como me gusta pensarlo. Esa es la diferencia entre los que sacan instantáneas los domingos y los fotógrafos profesionales. Cuando haya terminado con el puente que vimos hoy, no tendrá el aspecto que tú piensas. Lo habré convertido en algo mío, por la elección de la lente, o el ángulo de la cámara, o la composición general, o probablemente por la combinación de todo eso. Yo no me limito a tomar las cosas como se presentan; trato de convertirlas en algo que refleje mi conciencia personal, mi espíritu. Trato de encontrar la poesía en la imagen.

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Fotograma de ‘Los Puentes de Madison’

La revista (se refiere a National Geographic) tiene su propio estilo y sus exigencias, y yo no siempre estoy de acuerdo con el gusto del editor; en realidad, casi nunca lo estoy. Y eso les molesta, aunque ellos deciden lo que guardan y lo que suprimen. Supongo que conocen a sus lectores, pero a mí me gustaría que, de vez en cuando, se arriesgaran un poco. Se lo digo y les molesta. Ese es el problema de ganarse la vida con el arte. Siempre se trabaja con mercados, y los mercados, los mercados masivos, están diseñados para satisfacer un gusto intermedio. Ahí están los números. Supongo que es la realidad. Pero, como te dije, eso puede limitar mucho.
Me permiten conservar las fotos que no publican, de manera que al menos tengo mis propios archivos privados con el material que me gusta. Y, de tanto en tanto, otra revista compra alguna de esas fotos, o puedo escribir un artículo sobre un lugar donde he estado e ilustrarlo con un poco más de audacia de lo que le gusta al National Geographic.

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Fotograma de ‘Los Puentes de Madison’

Un día, escribiré un ensayo titulado “Las virtudes del amateurismo”, para todos aquellos que desean ganarse la vida con el arte. El mercado mata más pasión artística que cualquier otra cosa. Para la mayoría de la gente representa la seguridad, les dan homogeneidad, les dan lo conocido y lo cómodo, no los desafían. Las ganancias y las suscripciones y todo eso domina el arte. Todos estamos atados a la gran rueda de la uniformidad.
Los responsables de marketing siempre hablan de “los consumidores”. Cuando oigo esta palabra, me imagino a un hombrecito gordo en bermudas, camisa hawaiana y un sombrero de paja del que cuelgan abridores de latas de cerveza, y con montones de dólares en sus puños cerrados.
Francesca se rio suavemente, pensando en la seguridad y la comodidad.
– Pero me quejo demasiado. Como te dije, viajar es agradable y a mí me gusta jugar con las cámaras y estar al aire libre. La realidad no es exactamente lo que prometía la canción, pero la canción no es mala.

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Robert Kincaid (Clint Eastwood), en un fotograma de ‘Los Puentes de Madison’.

La opinión de Robert Kincaid sobre la fotografía comercial y las servidumbres del mercado del arte no es un caso aislado. Puede que Kincaid sea un personaje de ficción, pero su denuncia es muy real. Sus palabras no surgen de la nada, sino de la pluma de Robert James Waller (1939-2017), el autor de ‘Los Puentes de Madison‘.

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